Historias de la Biblia hebrea
UN REY PECADOR Y UN LEÓN ASESINO

Historia 75 – I Reyes 12:25-14:20; 15:25-32
El Señor le dijo a Jeroboán que sería el rey de las doce tribus, y le prometió que si le era fiel y seguía su voluntad, su reino sería grandioso y se quedaría entre sus descendientes. Pero la sabiduría que Jeroboán tenía, era del mundo, y no le fue fiel al Señor Dios de Israel. Aunque el pueblo estaba separado del rey Roboán, aún subían a Jerusalén al templo para adorar, ya que era el único altar en esa tierra. Y se puso a pensar: “Si la gente sigue subiendo a Jerusalén para ofrecer sacrificios en el templo del Señor, acabará por reconciliarse con su señor Roboán, rey de Judá. Entonces a mí me matarán, y volverán a unirse a él. Es mejor que construya lugares aquí en mi reino para que la gente adore aquí y no tengan que subir a Jerusalén”

Jeroboán se olvidó que el Señor fue el que le dio el reino, y él mismo podía protegerlo y cuidarlo si sólo Jeroboán le era fiel. Y por no confiar en esto, Jeroboán hizo lo malo en la vista del Señor. Escogió dos lugares para que la gente fuera y ofreciera sacrificios allí, uno en Betel en el sur camino a Jerusalén, y el otro en Dan al norte. En cada lugar puso un becerro de oro y le dijo a Israel: “No es necesario que sigan subiendo a Jerusalén. Aquí están sus dioses, que los sacaron de Egipto. Uno está en Betel, y el otro en Dan, vengan y adórenlos”. Los sacerdotes de la tribu de Leví no querían adorar a los ídolos del templo de Jeroboán, así que puso sacerdotes de toda clase de hombres, hasta a quienes no eran levitas. Y por toda la tierra, Jeroboán puso imágenes y causó a la gente a adorar ídolos.

En el otoño hubo un festejo en Jerusalén, y gente de todas partes se reunió para festejar. Semanas después de la fiesta en Jerusalén, Jeroboán hizo también un festejo en Betel para atraer a la gente a Betel y para que no fueran a Jerusalén. Allí en el altar, el rey quemó incienso, (olor dulce cuando se quema cierta goma). Y Jeroboán hizo que la gente adorara ídolos en vez que al Señor, y de ahí en adelante cuando se menciona su nombre en la Biblia, se le refiere como, “Jeroboán, el que hizo pecar a Israel”.

Cierto día, cuando Jeroboán estaba quemando incienso en el altar, un hombre de Dios, (profeta), vino de Judá y le replicó del altar diciendo: “¡Altar, altar! Así dice el Señor: – En la familia de David nacerá un hijo llamado Josías, el cual sacrificará sobre ti a estos sacerdotes de altares paganos que aquí queman incienso. Y este altar y templo serán destruidos”. El profeta de Judá también le dijo a Jeroboán: “La señal que el Señor les dará  que esto es verdad es que el altar será derribado, y las cenizas se esparcirán”.

Al oír esto, el rey Jeroboán se enojó, extendió el brazo y les dijo a sus guardias: “¡Agárrenlo!” Pero el brazo que había extendido contra el hombre se le paralizó, de modo que no podía contraerlo. En ese momento el altar se vino abajo y las cenizas se esparcieron. El rey se dio cuenta que era obra de Dios, y le dijo al profeta: “¡Apacigua al Señor tu Dios! ¡Ora por mí, para que se me cure el brazo!” El hombre de Dios suplicó a Dios el Señor, y al rey se le curó el brazo, quedando como antes. Luego el rey le dijo al hombre de Dios: “Ven a casa conmigo, y come algo; además, quiero hacerte un regalo”. Pero el hombre de Dios le respondió al rey: “Aunque usted me diera la mitad de sus posesiones no iría a su casa. Aquí no comeré pan ni beberé agua, porque así me lo ordenó el Señor. Me dijo: – No comas pan, ni bebas agua, ni regreses por el mismo camino a Judá. De modo que el hombre de Dios tomó otro camino diferente al que había tomado para ir a Betel para regresare a su propia casa en el tierra de Judá.

En ese tiempo vivía en Betel cierto profeta anciano. Sus hijos fueron a contarle todo lo que el hombre de Dios había hecho allí aquel día. Le dijeron el camino que el hombre había tomado y lo siguió hasta que lo encontró descansando bajo de una encina y le preguntó: “¿Eres tú el hombre de Dios que vino de Judá?” –Sí, lo soy – respondió. Entonces el profeta le dijo: “Ven a comer a mi casa”. El hombre de Dios le respondió: “No puedo  comer pan ni beber agua contigo en este lugar, pues el Señor lo ha mandado así. Debo regresar a  mi propia casa en la tierra de Judá”. Y el anciano le dijo: “También yo soy profeta, como tú. Y un ángel del Señor me dijo: - Llévalo a tu casa para que coma pan y beba agua”.  

Esto no era verdad, era una mentira perversa; y el hombre de Dios volvió con él, y comió y bebió en su casa. Esto no estuvo bien, pues hubiera obedecido lo que el Señor le había dicho aunque el otro hombre jurara que tenía otro mensaje diferente del Señor. Mientras estaban sentados a la mesa, la palabra del Señor vino al profeta que lo había hecho volver. Entonces el profeta le anunció al hombre de Dios que había llegado de Judá: “Así dice el Señor: – Has desafiado la palabra del Señor y no has cumplido la orden que el Señor tu Dios te dio. Has vuelto para comer pan y beber agua en el lugar donde él te dijo que no lo hicieras. Por lo tanto, no será sepultado tu cuerpo en la tumba de tus antepasados.

Cuando el hombre de Dios termino de comer, se subió  a su asno y regresó a su casa. El hombre de Dios se puso en camino a casa, pero un león le salió y lo mató, dejándolo tendido en el camino. Sin embargo, el león y el asno se quedaron junto al cuerpo. Cuando el profeta que lo había hecho desobedecer al Señor se enteró de eso, recogió el cuerpo y lo enterró en su propia tumba y guardó luto. Después le dijo a sus hijos: “Cuando yo muera, entiérrenme en la misma tumba donde está enterrado el hombre de Judá. Porque ciertamente se cumplirá la sentencia que, en obediencia a la palabra del Señor, él pronunció contra el altar de Betel”.

En aquel tiempo se enfermó el hijo de Jeroboán, y su madre fue al profeta Ahías, (el profeta que le había prometido el reino a Jeroboán, el cual ya era anciano y ciego), para preguntarle si su hijo se recuperaría. Y Ahías le dijo: “Dile al rey Jeroboán que el Señor dice así: – Tú te has portado peor que todos los que vivieron antes de ti, al extremo de hacerte otros dioses, ídolos de metal; esto me enfurece, pues me has dado la espalda. Por eso voy a enviarle una desgracia a tu familia. Tu hijo que está enfermo, morirá, a lo igual que todos tus otros hijos hasta no dejar rastro. A los que mueran en la ciudad se los comerán los perros, y a los que mueran en el campo se los comerán las aves del cielo. Dios castigará a Israel y los llevará a una tierra lejos y desconocida, por todos  los ídolos que han adorado.

Cuando murió Jeroboán, su hijo Nadab lo sucedió en el trono. En el segundo año del reinado de Nadab, Basá, uno de sus siervos se puso en contra de él y lo mató para quitarle el trono. Basá mató a toda la familia de Jeroboán. No dejó vivo a ninguno de sus descendientes, sino que los eliminó a todos, según la palabra del profeta Ahías.

Aunque Jeroboán fue nombrado rey como Dios lo había prometido, se cumplió también que su familia desapareciera por haber guiado al pueblo a pecar y no haber obedecido la palabra del Señor.